jueves, 20 de mayo de 2010

Creciendo con el pibe de oro

Los papelitos en el centro, las banderas, personas felices por la calle, son algunas de las primeras imágenes que recuerdo asociadas al pibe de oro que por entonces tenía veinticinco años y tomaba el cielo del fútbol por asalto con nada más (y nada menos) que el arte de sus piernas y el milagro de una mano celestial. Yo tenía cinco años, lamento no haber tenido al menos un par de años más, no poder recordar con mayor nitidez lo sucedido en el mundial del 86. Pero su nombre ya sonaba en mí como algo relacionado a algo festivo, a una sensación parecida a cuando nombraban a los reyes magos o a papá noel.


Pasaron dos, tres años y ya entendiendo un poco más que era eso del fútbol el nombre del pibe se asemejaba a una idea de perfección. "¿Te crees que sos Maradona?" solían decirme cada vez que intentaba alguna gambeta o cualquier cosa parecida que fuera patrimonio de los que tuvieran cierta habilidad con los pies.

Terminaba la década del 80, se compraban mucha comida en casa, de un saque, porque decían que al otro día aumentaba mucho, me enteraba lo que significaban las elecciones y que un señor patilludo las había ganado. Empezaba el mundial del 90, tenía el albúm y las figuritas correspondientes, acá los recuerdos se empiezan a visibilizar con más consistencia. Primer partido con unos negros que me parecían más mavados que Skeletor, es que le pegaban mucho al pibe, que ya por esas alturas se empezaba a transformar en un héroe de mi infancia, a la altura de Batman o Superman, nada más que futbolista y de carne y hueso. Pasamos esa primer ronda ahí nomás y vino uno de los partidos que más recuerdo del pibe, ya entendía que con los de camiseta amarilla había una bronca especial y que jugaban decididamente bien. La pelota pegaba en el palo, la sacaba nuestro arquero como podía. En mi casa decían que teníamos un culo terrible, yo empezaba a entender que significaba esa expresión. Y en medio de la angustia silenciosa del segundo tiempo veo que de repente el pibe hace una de las suyas, se saca a uno, a dos, a tres de encima y lo deja sólo a un rubio que parece correr a otra velocidad que el resto, esquiva al arquero y la manda a guardar. Los gritos, el desahogo de la angustia contenida, en medio de la euforia me convencí de que el pibe era realmente un héroe y que no habría villano capaz de vencerlo. Encima el pibe tenía ayudantes como el Goyco que parecían darme la razón con esa idea de la victoria asegurada. El pibe erró su penal contra Yugoslavia y me explicaron que alguna vez podía pasar, que a todos los grandes les pasaba a alguna vez. Metió su penal contra Italia y ahí me tranqulicé al ver que todo volvía a la normalidad. Pero llegó la final y ahí descubrí otros villanos peores que los negros de Camerún: los rubios alemanes, y el peor de todos, el tipo vestido de negro que arbitraba. Nos cobraron ese penal y pensé que Goyco nos salvaría una vez más. El pibe hacía lo que podía, pese a su tobillo maltrecho, pese a la dura marca de los alemanes. Hizo lo que pudo, pero no alcanzó. Me contagié de sus lágrimas instantaneamente. Ese día supe que en la vida real no siempre ganaban los buenos.
Un año después lo agarraron en el departamento de caballito y le detectaron el doping positivo en Italia. Decían que se drogaba, yo no tenía ni idea de que era la droga, pero según lo que escuchaba de algunos adultos parecía que se trataba de un tremendo pecado.
Pasaron quince meses de suspensión el pibe volvió a hacer aquello para lo que había venido a este mundo. La selección penaba para entrar al mundial del 94 y el clamor popular rogaba por el regreso del pìbe al equipo argentino. Y asi fue, volvió, resucitó él y resucitó el equipo. Argentina entró al mundial y con el pibe una vez más de nuestro lado volví a creer en la victoria. Su entrenamiento en triple turno conmovía hasta aquel que en su vida hubiese visto un partido de fútbol. El pibe de oro me enseñaba por ese entonces que con esfuerzo no había nada imposible, que se podía volver de cualquier abismo, sin importar lo profundo que fuera. Su gol a Grecia fue uno de los que más grité en mi vida de hincha, su furia descargada contra la cámara le gritaba al mundo que estaba más vivo que nunca. Después, aquel último acto del pibe contra Nigeria, fue una tarde donde hizo gala de su habilidad, templanza y liderazgo. Estaba en su mejor momento. Y pasó lo que pasó, algo que de tan triste ya era absurdo. Algo que da tan penoso carecía de cualquier sentido que uno pudiera buscarle A mis trece años supe que no sólo no siempre ganaban los buenos sino que también le podían pasar cosas muy, pero muy injustas. Ya entendía de que se trataba la injusticia.
De nuevo la suspensión y otra vez el regreso, al club de sus amores (que siempre lamenté no fuera el mismo que el mío). Al pibe le costó mucho retirarse, tanto que jugó su partido despedida 4 años después de dejar de jugar. Viendo algunas cosas que le pasaron después de dejar la pelota se entiende el porqué: casi se muere, engordó mucho, adelgazó más, confesó lo mal que estaba, se internó, se curó. En paralelo, el equipo argentino nunca dejó de extrañarlo. Pasaron tres mundiales con similares decepciones. Yo igual ya era todo un hombre y no creía más en victorias de los buenos y mucho menos sin él con la diez en la espalda.

Hoy, el pibe ya es abuelo. Está de nuevo en la selección, pero ya no hace de las suyas en la cancha, ahora está en el banco de suplentes, ordenando, dirgiendo, motivando. Apareció un nuevo pibe que juega parecido a aquel pibe, un zurdo que hace goles hermosos, parecidos a aquellos, pero parece que todavía le falta ese plus, eso que algunos llaman fuego sagrado. Quizás el destino lo haya puesto bajo la dirección del pibe de oro para que le transfiera ese plus que le falta. El tiempo lo dirá. Su primer acto mundialista como director técnico será contra Nigeria, el mismo rival de la amarga despedida en tierras yanquis. Yo vuelvo a creer, mis casi treinta años no son un óbstaculo para convencerme de nuevo de que esta vez, al fín, ganarán los buenos.

2 comentarios:

Caléndula dijo...

Qué hermoso lo que escribiste Martín, toda una vida...

Ojalá esta vez ganen los buenos, por él, por el pulga, por los otros muchachos y por nosotros los argentinos, aunque hay muchos que están deseando que pierda... ya sabemos quiénes.

Emilio dijo...

Muy bueno che, fuerza Diego!!