Vamos a ver que me depara el día de hoy. Por lo pronto me dispondré a disfrutar de mi única certeza: la de saber que cada día será distinto al anterior. Pero debo confesarles que ya estoy un poco cansado, son muchos años ya los que han pasado sin poder tomarme un descanso. Además, ocurre que cada vez que me siento a gusto con alguien es cuando me tengo que empezar a despedir. En fin, lo supe desde el día que nací, allá por el barrio de Retiro, al igual que todos los de mi clase. No nos hicieron a todos iguales. ¡Algunos tuvieron la suerte de portar hasta tres cifras! Yo, en cambio, debí conformarme con una sola. Sin embargo, admito que prefiero una sola cifra con San Martín en mi frente a tener tres cifras pero acompañadas por el retrato de un genocida.
Más allá de las cuestiones relacionadas a valores nominales, si hay algo que rescato de mi vida es la aventura cotidiana. Mientras que ellos, los de tres cifras, podrán tener largas jornadas de descanso en alguna bóveda o caja fuerte, lo cual está bien para un par de semanas de relax, pero supe de algunos que permanecieron encerrados durante años en lugares como esos. Yo no podría soportarlo, sufriría una tremenda claustrofobia. Ante esa posibilidad es que valoro, cada vez más, mi trajín cotidiano, mi constante caminar, por llamarlo de algún modo. Aún cuando esa elección me haya producido efectos colaterales en mi aspecto visiblemente gastado y arrugado.
A los que menos tolero, de aquellos que comparten mi condición billeta, son los yanquis, esos que vienen portando las caras de Washington y Franklin, creyéndose los dueños de este mundo. Procuro aclárales los tantos cada vez que me los cruzo en alguna billetera, les advierto entonces lo lejos que están de su país y que por más que aquí algunos les den tanta importancia, no dejan de ser unos huéspedes indeseados.
Conocí bastantes personas. Por lo que valgo pude cruzarme con gente de todas las clases sociales (hasta me crucé con algún famoso en circunstancias lastimosas), he sido útil para todos, para algunos apenas propina y para otros una cena. Fui escrito, robado, extraviado, roto y reparado. Fue una vida agitada, de allí se deduce mi estado avejentado. Estoy viejo, lo sé. Hace un par de días confirmé esta certeza de mi ancianidad, fue cuando un kiosquero le dijo, al verme, a la chica que me llevaba: “¿No tenés otro?”.
Siempre que me pongo a revisar mis páginas pasadas es inevitable que se me cruce su recuerdo. Nunca estuve tan flasheado con alguien como con ella. Nos conocimos en la billetera de un importante empresario textil. Ella llegó recién salida del banco. Era una impecable e inmaculada American Express dorada. Su belleza me hipnotizaba diariamente mientras ideaba como establecer un primer contacto. Tardé un tiempo en animarme a hablarle, pero cuando lo hice me di cuenta que además de hermosa era humilde y simpática. Ella le hablaba a todos por igual, hasta solía bromear con un par de viejas monedas que reposaban en uno de los bolsillos internos de aquella billetera. A la noche, mientras el resto dormía, solíamos quedarnos conversando sobre la vida, las personas, nuestra existencia, sobre cualquier cosa.
Fue muy duro separarme de ella. Me duele de solo recordarlo. Ocurrió dentro un taxi, en un viaje que costó quince pesos, por lo que abandoné el mejor lugar donde estuve junto con un compañero de diez. Aguanté las lágrimas como pude y le dije que estaba convencido de que volveríamos a vernos. Que iluso era, por ese entonces yo creía en el sentido del destino.
Ahora, aquí estoy, en el bolsillo del delantal de Pedro, un verdulero del barrio de Villa Crespo. Hoy seguro me vaya para otro lado, soy el último billete de cinco pesos que le queda.
Algunos dicen que nos espera el mismo final de nuestro predecesor el austral: la extinción. Yo elijo no escucharlos, para pálidas me quedo con mi nostalgia por la American.
jueves, 3 de junio de 2010
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2 comentarios:
Lindo relato! Me gusta que a través del objeto pudiste hablar de muchas otras cosas.
un beso!
Excelente; me encantó. Saludos del Chalero.
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