La noche le costaba más que nada, solía huir al bar de don Julián a tomarse dos, tres, cuantas cervezas fueran necesarias para anestesiarlo. Y si así lo encontraba el verano, mucho peor sería el invierno. Pero mejor no adelantarse a los hechos, era una lección aprendida mediante la profunda eficacia de los golpes recibidos.
Cuando quería decirle algo se acercaba hasta la orilla. Entonces el mar lo encontraba hablándole, llorándole, a veces hasta horas. Hacerlo lo tranquilizaba. Ironizaba para sí, comparándose con la mayoría que les habla a los ausentes mirando arriba, para el cielo. Así fue pasando el duelo, entre las olas. Negó, luchó, se resignó, lo aceptó.
Un día de esos recordó una de sus últimas charlas con ella. Conversaban sobre lo uno de lo vivo, las partes del todo y el todo de las partes. Luego de esgrimir argumentos esotéricos, filosóficos, racionales o incoherentes, habían concluido en la existencia de algo mucho más perfecto que sus egos. Volvió a llorar, pero aquellas fueron sus últimas lágrimas ofrendadas al océano. Le había tomado un tiempo comprenderlo, pero ahora el mar era él, y también era ella.
Fuente foto: ELMASMIGUELDETODOS
1 comentario:
Que pasara lo que tuviera que pasar---
terminante,pinta un momento más que muchos intentos
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